Siguiendo los estándares polacos, Cracovia es un auténtico paraíso de la cuisine. En su casco antiguo abundan los restaurantes de todo tipo y en el distrito de Kazimierz son afamados los que ofrecen al comensal platos típicamente judíos, como por ejemplo el Café Alef (ulica Szeroka, 17), el Restauracja Chlopskie Jadlo (ul. Sw. Agnieszki, 1) o Arka Noego (ul. Szeroka, 6).
Hablar de la gastronomía de la ciudad implica recomendar la degustación, en cualquiera de sus tabernas populares, de la comida tradicional polaca, capitaneada, como mandan los cánones eslavos, por exquisitas sopas, como la “barsszcz”, a base de remolacha y servida con raviolis rellenos de carne. Otras variantes adecuadas para el verano son la “botwinka” y la “chlodnik”, servidas en frío, al estilo del gazpacho español.
Sin embargo, vosotros mismos seréis los únicos responsables a la hora de decidir el grado de inmersión en la cultura gastronómica del país. Siempre podréis elegir entre los restaurantes de los hoteles, con menús que incluyen platos internacionales, las grandes cadenas hosteleras o los locales tradicionales, muchos de ellos ubicados en edificios históricos. La alternativa de sumersión total viene de la mano de los “bary mleczne” (bares de leche), vestigio del pasado comunista del país y una de las formas más baratas de acercarse a los platos nacionales. Se dice que el mejor es Pod Filarkami (ul. Starowislna, 29), pero, atendiendo a sus precios será fácil comparar y decidir en persona. Otras direcciones: Bistro (ul. Czarnowieiska, 82), Grosik (ul. Ingardena, 3), Kazimierz (ul. Krakowska, 24) o Pod Temida (ul. Grodzka, 43). También debemos mencionar aquí Jadlodajnia (ul. Sienna, 11), representante de toda una casta de restaurantes con menú del día, por ser económico y por su comida casera –su apertura data de 1934-.
La venta callejera puede constituir una sugestiva alternativa, si sabéis elegir el puesto, atendiendo a la higiene del mismo, a vuestro instinto y, por supuesto, al hambre que tengáis (a la que siempre podréis engañar con un “precel”, rosquilla de pan, o con un “zapiekanka”, pannini caliente con queso y demás ingredientes a elegir). Para orientaros, sugeriero Kielbasa Van, una parrilla improvisada de esta variedad de salchicha que cada noche, de 21.00 a 3.00 horas, se coloca frente al mercado del este de la “Stare Miasto”, cerca dela estación de tren (ul. Grzegorzecka).
Dentro del anecdotario, sabed que si visitáis Cracovia podréis sentaros a la mesa del restaurante europeo que más tiempo lleva en activo: Wierzynek (Rynek Glowny, 15). En su entrada, se exhibe con orgullo la fecha de su inauguración, 1364, año en el que el cocinero Mikolaj Wierzynek preparó un gran banquete en honor a la nieta del rey Casimiro III, el Grande. Precio elevado, aunque arquitectura privilegiada.
En este apartado no puedo dejar de hacer referencia a la chocolatería E. Wedel, en la Plaza del Mercado y cerca de la calle Florianska. Su chocolate caliente a la taza no os defraudará. Otra opción para saborear el amanecer cracoviano es Jama Michalika, local con solera, a partir de cuya visita podréis ir tomando pulso a lo que bulle en el casco histórico de la ciudad. Es la cafetería más conocida de Cracovia y era frecuentada, allá por el siglo XIX, por la mayor parte de los artistas polacos.
La cocina polaca y cracoviana
Cuatro palabras acerca de la cocina nacional. En ella dominan los platos de gusto acentuado y es difícil imaginarlos sin frutas o verduras en conserva, o bien, sin setas, frescas o secas. El centeno y la patata también están presentes en buena parte de ellos. El porqué se halla en los largos y fríos inviernos del país, que obligan a la utilización de productos aptos para ser conservados varios meses. Además, son materia prima para la producción del vodka, anteriormente bebida del campesinado y de la población rural.Vayamos por partes, ahora. En la categoría de los entremeses, destacan el arenque y la carne tártara, a base de ternera cruda picada y condimentada al gusto con yema de huevo y cebolla, entre otros ingredientes. En cuanto a platos principales, la carne, especialmente la de cerdo o de caza. Son típicos los “pierogi”, empanadillas cocidas cuyo relleno refleja las riquezas de la tierra polaca: carne, col fermentada con setas, requesón, patatas picantes, frutas, etc., y el “bigos”, un guiso de carne, tocino, col, cebolla, ciruelas secas y vino tinto, cuya elaboración puede alargarse hasta tres días. Dulcemente, las influencias europeas remiten al “sernik”, tarta de queso, al “makowiec”, pastel de semilla de adormidera y al buñuelo polaco.
Típicamente de metrópoli, la “maczanka” a la cracoviana, chuletas de cerdo con cebolla y comino servidas con salsa en un panecillo, el pato estofado con alforfón de la región, los quesos “oscypek” y “bundz”, elaborados con leche de oveja, y el “torcik piszyngier”, postre a base de crujientes barquillos separados por capas de masa de chocolate, a la que se añade un poco de licor. Podréis saborearlos en el restaurante Poezja Smaku (ul. Jagiellonska, 5).
Babcia Malina (ul. Slawkowska) es un local muy barato orientado hacia estudiantes, con comida típica polaca y un acogedor interior. Autoservicio por unos 2 euros que no ofrece bebidas alcohólicas. Una buena opción vegetariana es Vega (ul. Sw. Gertrudy, 7), que sirve pierogi, crepes, tofu y ensaladas en un luminoso y agradable ambiente. Más cocina tradicional polaca en Jadlodajnia u Stasi (ul. Mikolajska, 16), Cehowa (ul. Jagiellolska, 11) y Chimera (Ul. Sw. Anny, 3), con jardín y bodega, gran variedad de ensaladas y ubicado en una casa renacentista. En ellos os propondrán de entrada pan con manteca de cerdo o arenques del mar Báltico con nata.
Internacionales y con precios aceptables, el ristorante Da Pietro (Rynek Glowny, 17), Gruzinskie Chaczapuri (ul. Florianska, 26) –especialidades georgianas, destacables su pastel de queso, sus carnes a la parrilla y ensaladas- , U Szkota (ul. Mikolajska, 16), para catar pitanzas escocesas, y Paese (ul. Poselska, 24), con gran variedad de pescado y marisco al estilo de Córcega y algunas muestras de cocina francesa como el filet mignon o el pato en salsa de lavanda.
Si vuestro bolsillo os lo permite, Copernicus (ul. Kanonicza, 16), en el hotel que lleva el mismo nombre. Se trata de un clásico cracoviano, con decoración renacentista y una terraza con vistas a la colina de Wavel. Sus especialidades, pichón, conejo y pescado. También, Cyrano de Bergerac (ul. Slawkowska, 26), cocina francesa, buenos vinos, conspicuos platos de pescado y raciones pobres, y Pod Aniolami (ul. Grodzka, 35), comida polaca y salón subterráneo.
¿Es necesario reservar mesa en los restaurantes? Depende. En los self-service o en los bares de leche, no. En el resto y especialmente si se trata de una cena en los meses estivales, es aconsejable.
Terminada la comida, algo de alcohol para facilitar la digestión. Los amantes de la cerveza no os decepcionaréis con la polaca, de buena marca y larga tradición. Recomendamos los licores frutales y de hierbas, las cremas dulces –como la de yema, vainilla y chocolate- y los alcoholes de miel. A parte, claro está, el vodka de la región, con numerosas variantes, entre las cuales es Zubrówska la más original.